JOSÉ MARÍA PEREZ ZÚÑIGA
La prueba de que en España no hemos vivido aún una Transición plenamente democrática la tenemos en el auto de procesamiento al juez Garzón, cuyo delito ha consistido en investigar los crímenes del franquismo. Es además una prueba de que buena parte de la clase dominante en la dictadura sigue hoy en el poder, y de que aún son capaces de mover los hilos para silenciar a aquellos que no se conforman con pasar página o creer que la España del régimen es la de series edulcoradas como Cuéntame. La verdad es que muy poca gente quiere contar aquí lo que pasó realmente, pues para demasiados significaría resucitar los fantasmas de sus pecados. Los crímenes del franquismo son crímenes contra la humanidad, así que no puede haber amnistía posible, aunque la revistamos de ley: la Ley de Amnistía de 1977, en la que se basa Luciano Varela para acusar a su “colega” de prevaricación. Pero quien prevarica es quien dicta a sabiendas resoluciones injustas, y lo que ha movido al juez Garzón ha sido una cuestión elemental de justicia. Porque a día de hoy, no condenar esos crímenes y rehabilitar a las víctimas equivale a admitir que algo así pueda volver a suceder y que podría entrar dentro incluso de la lógica democrática. Es lo que les estamos enseñando a nuestros hijos, demasiado acostumbrados a ver cómo la política es un juego en el que lo raro parece ser la honestidad. Pero algunas políticas e ideologías conducen a la muerte. Y el juez Garzón puede ser condenado por las demandas interpuestas por unas agrupaciones políticas (Manos Limpias, Falange Española y Libertad e Identidad) que lo último que representan son valores democráticos. Partidos que, por definición, deberían estar fuera del sistema político al igual que los terroristas, y al igual que cualquier organización que promueva valores contrarios a los derechos y libertades fundamentales consagrados en la Constitución. Lamentablemente, nuestra “memoria histórica” es muy distinta. Y todavía es palpable, visible e incluso “sólida” en ciudades como Granada, donde aún podemos toparnos en pleno centro con un monolito erigido en honor de un fascista en la misma puerta del Consejo Consultivo de Andalucía. Quienes lo mantienen no sólo insultan nuestra memoria, sino también nuestra inteligencia. Esa que pretendía asesinar Millán Astray. Como si todavía gritásemos ese necrófilo e insensato “Viva la muerte”. Pero, respecto a los crímenes del franquismo, habría que recordar con Unamuno que, a veces, quedarse callado equivale a mentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia.
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Artículo publicado en el Diario IDEAL (La Cerradura), 10/04/10
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